martes, 13 de septiembre de 2016

Nuestro viaje a Cantabria

Nuestro viaje comenzó un lunes, cogiendo el coche desde Granada. Salimos de madrugada para que el viaje no se nos hiciera tan pesado con el peque. Era un viaje familiar en el que también se vinieron mi suegro y mi cuñada.
Llegamos a Santillana del Mar (la ciudad de la tres mentiras; porque ni es santa, ni es llana, ni tiene mar) hacia las 14:30 h (haciendo las paradas respectivas por el camino, claro!)
Yo ya había visto las fotos de la casa que alquilamos por Internet, pero no me podía esperar que fuera tan bonita. Lo único malo del viaje fue que nos hizo más calor del que nos esperábamos, ya que íbamos buscando las lluvias y el fresco típico del Norte para alejarnos de "los calores" del sur. Pero aún así, nada nos quitaba las ganas de disfrutar.








Cuando nos alojamos fuimos a buscar un sitio donde comer, pero entre que no conocíamos bien la zona y lo cansados que estábamos nos metimos en cualquier sitio para que el peque comiera y poder picar algo; como un buen plato combinado con patatas, croquetas, huevos... un plato de jamón y queso. Estábamos deseando de llegar a casa y descansar un poquito de todo el viaje. Después del merecido descanso fuimos a los acantilados de Puerto Calderón, a 5 minutos del pueblo.







Más tarde nos dirigimos al pueblo de Suances, también muy cerca, aunque no tardamos en irnos ya que tampoco había mucho por ver.


Finalmente, terminamos el día cenando en Santillana, en una taberna muy chiquitita llamada "Los Blasones".

El martes comenzó con un desayuno en el porche que me preparó mi marido. No se podía estar mas agusto debajo de aquel sauce con la brisa de la mañana, de verdad!! los olores del campo, escuchando los pájaros, cabras, gallos y demás animales de la zona.



Una vez que desayunamos cogimos el camino hacia Santander. Paseamos por el puerto, nos hicimos fotos con las estatuas de los raqueros (personajes típicos santanderinos, conocidos como niños pobres o marginados, generalmente huérfanos, que en los siglos XIX y XX se tiraban al agua de Puerto Chico para recoger las monedas que los pescadores o tripulantes les echaban).



Seguidamente dimos un paseo en barco desde donde se veía el famoso Palacio de la Magdalena, el barrio pesquero, las dunas del puntal y Pedreña.





Cuando terminamos nuestro paseo nos dirigimos hacia la zona del Sardinero, dónde se podía ver el famoso Casino Sardinero. Comimos justo enfrente, en el restaurante Mare Mondo, con vistas al mar; y para terminar con el postre, mi marido se tomó un helado de la famosa heladería Regma.
Paseamos por distintos lugares de la zona, como el parque del Piquío, el Faro de Cabo Mayor y el Palacio de la Magdalena, dónde pudimos ver los leones marinos y justo a la espalda la playa del camello, llamada así por la famosa roca que tiene en forma de este animal.















A la mañana siguiente, miércoles, visitamos el pueblo de Comillas, famoso por la fuente de los tres caños, el Capricho de Gaudí...






Más tarde pusimos rumbo a Potes, un pueblecito muy pequeño rodeado de montañas, por dónde atraviesa el río Deva, que hace de esta villa un lugar mágico. Comimos en un restaurante con vistas a este río. Pedimos el famoso cocido liebanés, varios platos combinados, una tabla de ibéricos... acompañados por una botella de sidra típica de Cantabria.








Más tarde fuimos a visitar el Monasterio de Santo Toribio de Liébana. Allí un monje muy entrañable nos explicó la historia del lugar; y pudimos besar un trocito muy pequeño del madero izquierdo de la cruz de Cristo, llevado allí por Santa Elena (madre de Constantino)




Después nos acercamos hasta San Sebastián de Garabandal (que menuda carretera tuvimos que coger para poder llegar hasta allí...), una aldea aún mas pequeña que la anterior donde compramos leche fresca y quesos, que por cierto, estaban buenísimos!!


Actualmente, esta aldea es un centro de peregrinaciones cristianas. Unas niñas de la zona manifestaron, a principios de los años 60, que se les había parecido el Arcángel San Miguel y la Santísima Virgen María. Como consecuencia, se construyó en lo alto del pueblo un pequeño santuario, al cual acuden devotos católicos de todo el mundo.




Para cenar nos dirigimos hacia San Vicente de la Barquera. En el puerto había un montón de barquitas y niños intentando coger cangrejos. :) Y como no, mi marido también tenía que intentar cogerle alguno a Álvaro, pero él a lo bruto, sin red y sin nada, xD, ¡con las manos!




El día siguiente nos lo tomamos más tranquilo, ya que estábamos reventados del día anterior. Nos quedamos por el pueblo, paseando por su callejuelas llenas de adoquines, los balcones llenos de flores y tantísimo encanto, y entrando en las típicas tiendecitas con los famosos productos típicos de toda la comarca. A media mañana, nos tomamos un refresco en el jardín del Parador, ¡cualquiera se iba de allí con la tranquilidad que se respiraba!





Acercándose la hora de comer, encontramos un restaurante llamado el Jardín del Marqués. Comimos estupendamente. Se estaba en la gloria comiendo entre los árboles de la terraza y la brisa que corría.


Cuando terminamos fuimos a visitar el Bosque de Secuoyas. Era precioso y había unos árboles enormes, dónde se respiraba total tranquilidad entre tanta naturaleza y sin ningún ruido de la civilización.





Más tarde pusimos rumbo al Parque Natural de las Dunas de Liencres. Era maravilloso poder contemplar aquellas vistas; por un lado se quedaba toda la arena al descubierto por la baja mar con pequeñas zonas donde poder mojarte, y por otro lado, al fondo del paisaje se veían las montañas llenas de verde por todas partes y algunas cubiertas por las nubes grises que se avecinaban. Álvaro se lo pasó genial intentando buscar cangrejos y peces ;). Sin duda, el lugar perfecto para pasear por la arena y poder desconectar de todo por un momento.





Por la noche cenamos en el pueblo, pero nos fuimos pronto a casa para descansar, ya que al día siguiente nos tocaba un largo camino de vuelta a casa.

El viernes cogimos el coche en dirección a Burgos, dónde hicimos una parada para poder desayunar y dar una vuelta. Entramos en varias tiendas típicas para comprar un buen vino y las famosas morcillas de Burgos (que estaban riquísimas), y por supuesto vimos la Catedral.



Fue un día largo. Tanto viaje en coche cansa, y más cuando va una embarazada en él, queriendo parar cada dos por tres para ir al aseo o poder estirar las piernas. Pero, sin duda, el que mejor se portó en todo el viaje fue el pequeñín aguantando como un campeón.

Teníamos muchas ganas de hacer este viaje; quizás no fue como esperábamos, pero nos lo pasamos genial y pudimos conocer rincones de España con mucho encanto.

¡ Espero que os haya gustado viajar con nosotros ;)! Y no os olvideis de disfrutar de las pequeñas cosas que te ofrece la vida.

¡Nos vemos muy pronto en el próximo post! Muackss